lunes, 11 de abril de 2011

EL TAGÓROR



Por Agustín Pallarés Padilla
(LA ISLA, 6-III-1981)


Tagóror’ es una voz indígena, probablemente pancanaria, aunque sólo esté documentada para algunas de las islas, con que se designaba el lugar de asamblea donde se debatían y decidían cuestiones que revestían por lo general gran importancia para la colectividad. Solía utilizarse también como tribunal de justicia en casos de delitos graves, para dirimir confrontaciones deportivas de carácter extraordinario o, simplemente, en ocasiones, para celebrar reuniones de naturaleza festiva que convocaban a grandes masas populares.
Consistía esta construcción en un espacioso recinto amurallado, de planta redondeada, con una serie de asientos de piedra adosados a la pared por el lado más resguardado de los vientos dominantes, destinados los laterales a acoger al cuerpo de consejeros ‘gaires’ y el central, que destacaba por su mayor altura a modo de sitial, al reyezuelo de la isla o, en su defecto, a la máxima autoridad cantonal dependiente de aquél si se trataba de una comunidad subordinada o de rango inferior.
Pero en esta oportunidad no es mi intención precisamente la de extenderme en la descripción formal o de uso de tan curiosas edificaciones aborígenes. A la vista de la frecuente transgresión prosódica y ortográfica que se comete con este nombre indígena, me interesa dejar bien sentado en este breve comentario crítico que ‘tagóror’, tal como se dijo en un principio de acuerdo a la pronunciación guanche, es palabra llana y que, por consiguiente, al terminar en la consonante /r/ debe llevar, según preceptúan las normas ortográficas vigentes dictadas por la Academia de la Lengua, la correspondiente vírgula o acento gráfico sobre la /o/ de la penúltima sílaba en que recae la mayor fuerza o intensidad de voz.
Lo que ha ocurrido es que debido a su final átona /or/, un tanto extraña a la fonética española, desde el primer instante de la posconquista en que fuera incorporada a nuestra lengua, hizo esta voz, al perder esa /r/ final, su singular en la forma mutilada ‘tagoro’ y el plural en ‘tagoros’, formas truncadas que aún se conservan en varios topónimos de Tenerife y en alguna otra isla del archipiélago. Sin embargo no ha ocurrido lo mismo con las formas literarias modernas que, faltando a la realidad del habla guanche, se están escribiendo con el acento tónico desplazado hacia adelante, en las formas ‘tagoror’ y ‘tagorores’, a pesar de ser las primitivas, ‘tagóror’ y ‘tagórores’, las lingüisticamente correctas.
Un proceso reductivo semejante debió seguir en su formación el popular gentilicio ‘majorero’, proveniente con toda seguridad, según exigen las más elementales reglas de la derivación de vocablos en el castellano, de un primitivo ‘májor’ que luego, por idéntica razón que en el caso de ‘tagóror’, degeneró en ‘majo/s’, pues de ser cierto, como dijo Abreu Galindo, que los habitantes de Fuerteventura fueron llamados ‘majoreros’ por usar ‘majos’, lo lógico es que el gentilicio hubiera sido ‘majeros’ y no ‘majoreros’.
Majo’, (por ‘májor’, pues) fue, efectivamente, el nombre de una especie de sandalia que usaban los habitantes de Fuerteventura, aún aplicado en esa misma isla despectivamente a un zapato viejo y estropeado.
Este mismo nombre ‘majo’ se usó, aplicado a las sandalias o ‘soletas’ campesinas, en otras islas del archipiélago, como es el caso de El Hierro, donde se ha venido empleando desde tiempo inmemorial.
Por otra parte, según testimonio dejado por el antropólogo francés Mr. René Verneau, todavía se empleaba hasta finales del siglo pasado en Lanzarote este nombre de ‘majo’ aplicado a una especie de calzado rústico como en los otros casos, aseveración esta que pongo muy en duda, ya que en las casi exhaustivas indagaciones que he llevado a cabo por todos los rincones de la isla inquiriendo de las personas de edad más avanzada por su existencia, jamás he podido encontrarle confirmación alguna, y me parece sumamente dudoso e improbable que el nombre haya podido extinguirse, sin dejar rastro alguno en la memoria popular, en el curso de un decenio o poco más. Seguramente se trata de un cruce o confusión con los datos que recogió este autor de Fuerteventura.

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